sábado, 30 de abril de 2011

CICATRICES DE MADRE

Bellas. Dolientes. Amadas. Deseadas. Aceptadas. Rechazadas. Cuidadas. Olvidadas. Vividas. Que palpitan.
 Que hacen crecer. Que hacen vivir.
   MUJER. MADRE.
   MADRE. MUJER.
Que hacen crecer. Que hacen vivir.
Bellas. Dolientes. Amadas. Deseadas. Aceptadas. Rechazadas. Cuidadas. Olvidadas.Vividas. Que palpitan.
   No hay otras cicatrices de las que una mujer se sienta más orgullosa, que las de ser madre. Son huellas de amor y dolor.
   Son marcas con las que la vida escribe sensualmente sobre nuestra fragil piel. Muescas con las que surcan el alma nuestros hijos.
   Son cicatrices que aman y admiran los hombres, que descubren suavemente mientras aprenden a conocernos. Cicatrices que sueñan, que besan, que acarician, que protegen.
   Como madres nos sentimos únicas, irrepetibles. Siendo como es, la maternidad, algo tan cotidiano, que sucede a cada instante y en cada rincón del mundo, cada una de nosotras lo vivimos y sentimos como algo excepcional.
   Estoy orgullosa de ser madre. Tanto, que me encantaría serlo de nuevo.
   Estoy orgullosa de las huellas que deja en tu cuerpo, en tu mente y en tu espíritu. Van cambiando con el paso del tiempo, como lo hace el sentimiento que tenemos hacia ellas.
   Recién parida, son cicatrices físicas y dolientes, que te recuerdan que una ya no es como fué. Piensa uno ( motivado, claro está, por las sempiternas hormonas femeninas, que nos acompañan en los días y momentos más complicados de nuestra existencia) que el físico está truncado, aunque a ese dolor inconfeso le acompañan, una felicidad tan inmensa y un bienestar tan gratificante, que todo lo demás acaba por no existir. El amor dado y recibido, la generosidad y entrega más absoluta hacia ese ser delicado, diminuto y dependiente de nosotros, lo llena todo.
   Luego están las huellas que va dejando el crecimiento de nuestros hijos, las experiencias y enseñanzas mutuas que van marcando su caracter y el nuestro.
   Las muescas que marcan los adolescentes en los corazones de sus madres.
   Cicatrices que tiran al verles marchar del  protector nido materno.
   Huellas olvidadas, que resurgen palpitantes cuando nuestras hijas tienen hijos.
   Esas marcas prudentes y llenas de sabiduría de las abuelas. Expuestas, conocidas, mansas, amorosas, plegadas por el paso de los años, que acumulan tanto, y que aprendes a conocer cuando ya queda tan poco tiempo.
   Son las suaves, bellas y profundas cicatrices de las madres.
  

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