domingo, 27 de enero de 2013

Lascia ch'io pianga

   Yo pretendía escribir sobre la famosa "U", No la del susto (...que sería la más apropiada teniendo en cuenta la situación económica en la que vivimos inmersos...), no, sino a la forma que toma la distribución de nuestro bienestar a lo largo de la vida, según el estudio dirigido por Andrew J. Oswald, según el cual nos sentimos mejor al principio y final de esta, siendo el máximo hundimiento del estado de ánimo, o también llamada crisis existencial, crisis de edad, o de identidad, alrededor de los cuarenta, más concretamente a los 44.1 años em los varones, y los 42.6 en las féminas. Siendo una ley casi universal, y compartida con nuestros medio-hermanos los primates.
   Vaya panorama...¡y yo sin darme cuenta, como siempre!...¡Resulta que estoy en el más hondo piquito de la concavidad de la vocal!... ¡Válgame Dios!...¡Y yo que pensaba que era la regla!...(unas veces porque ovulo, otras porque menstruo, unas preovulo, otras premenstruo...el caso es que siempre tengo las hormonas dale que dale...), y entre esos vaivenes hormonales, va la luna y lo mismo mengua que crece, que si se llena o se pone nueva,...¡qué se yo!...¡Y qué me dicen de la presión atmosférica!, a mi me servía de chivo expiatorio para todas mis cuitas, lo mismo para la tensión, que para el dolor de cabeza, el bajonazo, o la mala gaita.
    ¡Y ahora va a ser la culpa de la crisis!...¡Vale cualquiera, la que más les guste!
   Es bueno saberlo. La perspectiva es maravillosa, de aquí en adelante sólo me esperan estados de ánimo fabulosos y positivos.
 
    Mientras cojo carrerilla y me empeño en subir la cuesta empinada de la patita derecha de la U, permítanme que me lama mis heridas con Sarah Brightman y su embriagador "Lascia ch'io pianga".
    Déjame llorar, dice esta preciosa composición acompañada de las bellas obras de Serge Marshennikov. Déjame llorar en un día gris y lluvioso como el de hoy. Porque tengo derecho, y porque me da la gana.
   Eso, o hagan bizcochos de naranja y anís (a mi me ha dado por ahí), mientras se llena la tarde de niños y aroma de café con leche. Abran la puerta con las manos pringadas de masa de bollo, y ríanse. Jueguen al parchís con un dado de menos. O lean le Principe y el Mendigo de Mark Twain. Vayan al cine a ver una peli e hínchense de palomitas.
   Y es que cuando nos toma la nube del desánimo, como dice Ramiro Calle, no hay meditación más humana, que el llorar consciente.
   Déjate llorar y acúnate lentamente en ese triste balancín de la "U", agárrate con cada brazo a sus cuerdas, y date impulso poco a poco. No dejes de moverte. Cuando vayas hacia delante, empuja fuertemente el aire con tus talones, ensancha tu pecho, estira los brazos y cuando lo hagas hacia atrás, dobla las rodillas e impúlsate para volver arriba,
    No me despierten hasta que hayamos despegado y estemos en el aire, subiendo a las estrellas, rasgando el cielo entre las nubes, tocando el sol hasta casi quemarnos.
    Mientras, pienso pasarme el fin de semana emborrachándome de arte, hasta caer llenita de belleza, hasta que me rinda el placer de ver lo bonito de la vida, hasta que mis poros suden lo que otros crearon.




    
   
   
 

   

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